viernes, 22 de mayo de 2009

Sombra XI

Pero cuando se trataba de él, sentía que, en efecto, todas las cartas de amor eran ridículas. A veces quedaba asombrado de lo que un enfermo podía decir sin artificio. Doctor, póngale que no se preocupe por mí. Que mientras ella viva, yo nunca moriré. Que cuando me falta el aire, respiro por su boca.

Y aquel otro: Ponga ahí que volveré. Que volveré para tapar todas las goteras del tejado.

Manuel Rivas- El lápiz del carpintero

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