jueves, 21 de mayo de 2009

Sombra XII

El niño pensó que, en el fondo, el reloj tenía razón y que aquella avería enterna era una determinación realista. También a él le gustaría quedarse parado, pero no en las diez menos cinco sino cuatro horas antes, justo cuando su padre lo despertaba en la casucha en que vivían en Eirís. Fuese invierno o verano, una nuble de niebla se aposentaba en aquel lugar, una humedad compacta que parecía ir encogiendo la casa año tras año, combando el tejado, abriendo grietas en las paredes. El niño estaba seguro de que, por la noche, uno de sus tenáculos bajaba por la chimenea y se fijaba con sus grandes ventosas, dejando aquellas manchas circulares como imagen es de cráteres en un planeta gris. EL primer paisaje del despertar.

Rivas- El lápiz del carpintero

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